DESDE NÁPOLES…
Antes de acabar el mes de mayo queremos ofrecerles el testimonio, que tomamos del blog de la pastoral con jóvenes de la diócesis de Vitoria, de Irantzu Mendoza. Esta joven, al igual que la Virgen María, se ha fiado y ha dicho sí a la llamada del Señor, entrando hace unos meses en el noviciado de nuestras Hermanas Adoratrices, en Nápoles. He aquí su testimonio.
«Si escribo sobre mi vocación,en pocas palabras, la definiría como una obra del Espíritu Santo, Su Obra. Este gran proceso de discernimiento es mi pequeño “Fiat”, es un dejarse hacer por la mano del Divino alfarero. Puede sonar poético, pero es mucho más sencillo de lo que parece. No se me apareció el Ángel Gabriel, muy a mi pesar, no tuve una gran revelación después de un largo ayuno, y tampoco vi una señal en el cielo. Nuestro Señor, es verdad que a veces se deleita con conversiones magníficas como las de San Pablo, o San Ignacio de Loyola.
Pero la mayoría son mucho más sutiles y delicadas, como es Él, todo un caballero, que nunca presionaría a la persona que ama, por mucho que la desee. A lo que mi humilde historia respecta, podríamos decir que yo hubiera sido una piedra rechazada por los arquitectos para la vida religiosa, pero a los ojos del Bon Dieu, como dicen aquí mis hermanas, los publicanos y pecadores no son más que almas que su infinita misericordia infatigablemente anhela rescatar. De mí decir que cuando el Señor “me buscaba” yo era una chica del mundo más.
Podría escribir largo y tendido, pero el verdadero protagonista en esto siempre suele ser Él, y de Él digo sin ningún miedo a equivocarme, que Él me amó primero, que ha tenido y tiene infinita paciencia y que todo lo hace bien. Miro atrás y no hay nada, para lo que no me ha preparado. Empecé la carrera de Medicina, movida por la necesidad de cuidar a las personas, y a medida que iba entrando en el hospital, en cada habitación, mirando cada rostro de los pacientes, con gran dolor sentía en mi corazón que yo no podía cuidarles allí… En el desierto de esta hermosa carrera, que no deja de ser un poco difícil y costosa, fui creciendo en la intimidad con el Señor, acercando me cada vez más a Él, en el sagrario, en lo sacramentos, en la oración… Me dio infinidad de gracias hasta que sencillamente me ganó y vi con suficiente claridad que me quería médico, pero médico de almas: religiosa.
No es fácil explicar todos los regalos que he recibido, por un lado, porque son muchos y por otro lado, porque son dones de Dios al alma. Él nos habla con una complicidad única e intransferible a cada uno, y cuanto más cuando se trata de una vocación. Personalmente conmigo se valió en especial de un retiro espiritual en Madrid dirigido por sacerdotes del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote. Yo había asistido a una Misa de rito tradicional antes y visto otra por internet durante la pandemia. Me habían hablado muy bien del instituto; del gran celo de los sacerdotes en especial en la liturgia de rito tradicional y predicación de la doctrina católica. Yo quería recargar batería espiritual y dedicarme unos días a la oración.
Simplemente. No conocía a nadie de nada, y menos el carisma tradicional o el espíritu Salesiano del Instituto… En muy poco tiempo seguía con gran fervor la Santa Misa, y cada meditación parecía dedicada para mí. Aún y todo me fui sin siquiera pensar que el Señor me podía querer Adoratriz (la rama femenina de religiosas del Instituto), pero sí completamente enamorada de la Santa Misa tradicional. Desde ahí todo fue sobre ruedas. He de decir que tenía un director espiritual ungido y elegido para mí por el Espíritu Santo, y lleno de Santa paciencia, que ha sido un gran pilar en este proceso. Él me recomendó visitar las Adoratrices del Corazón Real de Jesucristo Sumo Sacerdote, y así continuar con el discernimiento. Contra toda expectativa lograba llegar a Nápoles durante la pandemia, y convivir con las hermanas y otras postulantes en la casa noviciado durante unos días.
El día de Cristo Rey Sumo Sacerdote Nuestra Reverenda Madre Madeleine-Marie leía mi petición de entrada como postulante de las Adoratrices, y el día de la Inmaculada Concepción patrona del Instituto nos consagrábamos junto con todos los sacerdotes, seminaristas, y religiosas, las nuevas postulantes bajo su Manto maternal azul. Me atrevo a decir como la Santísima Virgen que esto no es más que una corta introducción de las maravillas que el Señor ha hecho en mí, y que ojalá las haga toda mi vida.»
Deo gratias.