Pentecoste – Veni Sancte Spiritus!
¡Ven Espíritu Santo! – Domingo de Pentecostés
- Ven Espíritu Santo
- y desde el cielo
- envía un rayo de tu luz.
- Ven padre de los pobres,
- ven dador de las gracias,
- ven luz de los corazones.
- Consolador óptimo,
- dulce huésped del alma,
- dulce refrigerio.
- Descanso en el trabajo,
- en el ardor tranquilidad,
- consuelo en el llanto.
- Oh luz santísima:
- llena lo más íntimo
- de los corazones de tus fieles.
- Sin tu ayuda
- nada hay en el hombre,
- nada que sea inocente.
- Lava lo que está manchado,
- riega lo que es árido,
- cura lo que está enfermo.
- Doblega lo que es rígido,
- calienta lo que es frío,
- dirige lo que está extraviado.
- Concede a tus fieles
- que en Ti confían,
- tus siete sagrados dones.
- Dales el mérito de la virtud,
- dales el puerto de la salvación,
- dales el eterno gozo.
- Amén, Aleluya.
Dom Gueranger : LOS GRANDES SUCESOS DE LA HISTORIA.
— Cuatro grandes sucesos señalan la existencia del linaje humano sobre la tierra, y los cuatro dan testimonio de la bondad de Dios para con nosotros. El primero es la creación del hombre y su elevación al estado sobrenatural, que le asigna por ñn último la clara visión de Dios y su posesión eterna. El segundo es la encamación del Verbo, que, al unir la naturaleza humana a la divina en la persona de Cristo, la eleva a la participación de la naturaleza divina, y nos proporciona, además, la víctima necesaria para rescatar a Adán y su descendencia de su prevaricación. El tercer suceso es la venida del Espíritu Santo, cuyo aniversario celebramos hoy. Finalmente, el cuarto es la segunda venida del Hijo de Dios, que vendrá a librar a la Iglesia su Esposa y la conducirá con El al cielo para celebrar las nupcias sin ñn. Estas cuatro operaciones de Dios, de las cuales la última aún no se ha cumplido, son la clave de la historia humana; nada hay fuera de ellas; pero el hombre animal no las ve ni piensa en ellas. «La luz brilló en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron».
Bendito sea, pues, el Dios de misericordia que se dignó «llamarnos de las tinieblas a la admirable luz de la fe» . Nos ha hecho hijos de esta generación «que no es de la carne y de la sangre ni de la voluntad del hombre, sino de la voluntad de Dios». Por esta gracia, he aquí que hoy estamos atentos a la tercera de las operaciones de Dios sobre el mundo, la venida del Espíritu Santo, y hemos oído el emocionante relato de su venida. Esta tempestad misteriosa, estas lenguas, este fuego, esta sagrada embriaguez nos transporta a los designios celestiales y exclamamos: «¿Tanto ha amado Dios al mundo?» Nos lo dijo Jesús mientras estaba sobre la tierra: «Sí, ciertamente, tanto amó Dios al mundo que le dió su unigénito Hijo.» Hoy tenemos que conpletar y decir: «Tanto han amado el Padre y el Hijo al mundo, que le han dado su Espíritu divino.» Aceptemos este don y consideremos qué es el hombre. El racionalismo y el naturalismo quieren engrandecerle esforzándose en colocarle bajo el yugo del orgullo y de la sensualidad; la fe cristiana nos exige la humildad y la renuncia; pero en pago de ello Dios se da a nosotros.
El primer verso aleluyático está compuesto por las palabras de David, en las cuales se manifiesta el Espíritu Santo como autor de una creación nueva, como el renovador de la tierra. El segundo es una oración por la cual la Iglesia pide que el Espíritu Santo descienda sobre sus hijos. Se reza siempre de rodillas.
ALELUYA
Aleluya, aleluya, V. Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra.
Aleluya. (Aquí se arrodilla.) V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego de tu amor. Sigue la secuencia, una pieza llena de entusiasmo a la vez que de ternura para el que viene eternamente con el Padre y con el Hijo y que establecerá su reino en nuestros corazones. Es de Anales del siglo XIII y se atribuye con bastante probabilidad a Inocencio III.